Moho

01 diciembre 2006

RECORDANDO, QUE ES GERUNDIO

Madrid, años 80.
Cuando era pequeño, Pablo iba todos los sábados al mercadillo de su barrio con su madre y sus hermanos. Le gustaba ese día porque luego iban a tomar el aperitivo y podía beber coca-cola y comer patatas fritas. En casa, las coca-colas las tenían vetadas. En realidad, eran Caseras cola y estaban reservadas para las visitas. Los puestos que más odiaba eran los de ropa. Le reventaba que su madre le obligara a comprarse zapatillas de deporte de marcas desconocidas cuando él quería unas J'Hayber. Lo bueno era que en el colegio no había agravios comparativos porque todos provenían de familias que malamente llegaban a fin de mes.

Todas las tardes bajaba a la calle a jugar con sus vecinos. Como no existían los móviles, para avisarse de la convocatoria hacían ronda por los telefonillos de los portales aledaños. En el barrio había una enorme explanada de tierra que ahora se llamaría "multidisciplinar" porque allí jugaban a las chapas, al fútbol, a las canicas, se intercambian cromos. Algo más lejos podían cazar lagartijas. Él siempre subía a casa con la cara sucia, una herida en la rodilla y el pantalón roto. Como su hermano se llamaba Luis y su padre también, les apodaron los "Luisitos". Él lo detestaba.

La gran revolución llegó al barrio cuando llegaron las primeras maquinitas a los bares. Todos los chavales se pasaban la tarde alrededor de la pantalla contemplando cómo jugaba el afortunado que tenía una moneda de 5 duros. Hasta el sábado Pablo no podía jugar. Ese día su padre repartía la esperada paga.

La Navidad le encantaba. Sobre todo, le fascinaba ver la cantidad de gente que pasaba por su casa, aunque no pararan de darle besos y decirle lo mayor que estaba. Siempre recordará a su madre encerrada en la cocina el día de Nochebuena desde primeras horas de la mañana. Ese día, como no tenían cole, a su hermano y a él les daban algo de calderilla y les mandaban a la calle a comprar petardos para evitar que trasteáran a su alrededor. Ya por la tarde, bajaban a casa de una vecina a pedirle sillas porque no tenían suficientes para tantos comensales como venían. La cena era humilde en la materia prima pero muy copiosa y, servida en la vajilla buena, sabía mejor. El día de Reyes era el mejor de todo el año. Nunca le traían lo que quería pero disfrutaba de lo lindo. El corazón se le salía y se le secaba la boca cuando empezaba a romper el papel de los regalos. Cualquier cosa le hacía feliz.

***Homenaje a los tiempos pasados hoy que es 1 de diciembre, día en que se da el pistoletazo de salida al consumo desmesurado navideño.

2 Comments:

At 5:17 p. m., Anonymous Anónimo said...

Jo, Macorina, cómo me ha recordado este post a mi infancia... sobre todo lo de bajar a jugar a la calle (en mi barrio no había ningún solar cercano y jugamos directamente en la puerta de casa, y las madres nos vigilaban por el balcón y nos decían cuándo podíamos cruzar la calle para ir a comprar 'chuches').
Sigue así.

 
At 7:26 p. m., Anonymous Anónimo said...

qUIÉN PUDIERA VOLVER A LA INFANCIA, AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS.

 

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