OVEJAS NEGRAS ECLESIÁSTICAS
El Tribunal Penal Internacional para Ruanda ha condenado por genocidio y crímenes contra la humanidad al cura católico Athanase Seromba. Le impone una pena de quince años de prisión. El condenado estaba al frente de una parroquia en la localidad de Kivumu. Allí se refugiaron 2.000 tutsis huyendo de las masacres hutus. El cura ordenó el derribo de la iglesia con máquinas excavadoras, tras lo cual los pocos supervivientes fueron rematados. La Justicia ha considerado un factor agravante el hecho de que fuera un religioso muy conocido en su comunidad y en el que muchos feligreses confiaban. En 2001, Bélgica ya condenó a dos monjas a entre 12 y 15 años de cárcel por su papel en las matanzas ruandesas. Las hermanas colaboraron en el asesinato de al menos 5.000 civiles que habían acudido a pedir refugio al monasterio de Sovu. Varios testigos observaron cómo condujeron a los escuadrones asesinos a su refugio e incluso les dieron la gasolina para quemar el edificio en el que se encontraban las víctimas.
No son los únicos casos de clérigos ajusticiados. La lista de religiosos imputados por otro tipo de delitos es bastante abultada. Los casos de pederastia son los más sangrantes y estos días han vuelto a saltar a la palestra. Los abusos sexuales, por ejemplo, en la archidiócesis de Los Ángeles (EEUU) se cuentan por cientos. Pero las denuncias salpican, si bien en menor medida, al clero de todos los rincones del mundo: México, Austria, Irlanda... En España, el sacerdote de Aluche Rafael Sanz Nieto fue condenado recientemente a dos años de cárcel por la Audiencia Provincial de Madrid por un delito de abusos sexuales continuados a un niño de 12 años. El arzobispado, conocedor de los hechos desde el año 2000, guardó silencio y tapó el escándalo.
La Iglesia Católica niega lo obvio y oculta lo probado. Cierra los ojos ante un fenómeno que empieza a estar demasiado extendido y hace gala de un perdón injustificable, consagrando una impunidad que se hace repugnante. El delito de estos sacerdotes es aún más hiriente puesto que se ganan la confianza de los feligreses infantiles beneficiándose de su condición de elegidos por Dios.
Las excomuniones o repudios o castigos han sido irrisorios, mínimos. Afortunadamente siempre nos quedará la justicia terrenal, ante la inoperancia de los altos representantes de la divina.
No son los únicos casos de clérigos ajusticiados. La lista de religiosos imputados por otro tipo de delitos es bastante abultada. Los casos de pederastia son los más sangrantes y estos días han vuelto a saltar a la palestra. Los abusos sexuales, por ejemplo, en la archidiócesis de Los Ángeles (EEUU) se cuentan por cientos. Pero las denuncias salpican, si bien en menor medida, al clero de todos los rincones del mundo: México, Austria, Irlanda... En España, el sacerdote de Aluche Rafael Sanz Nieto fue condenado recientemente a dos años de cárcel por la Audiencia Provincial de Madrid por un delito de abusos sexuales continuados a un niño de 12 años. El arzobispado, conocedor de los hechos desde el año 2000, guardó silencio y tapó el escándalo.
La Iglesia Católica niega lo obvio y oculta lo probado. Cierra los ojos ante un fenómeno que empieza a estar demasiado extendido y hace gala de un perdón injustificable, consagrando una impunidad que se hace repugnante. El delito de estos sacerdotes es aún más hiriente puesto que se ganan la confianza de los feligreses infantiles beneficiándose de su condición de elegidos por Dios.
Las excomuniones o repudios o castigos han sido irrisorios, mínimos. Afortunadamente siempre nos quedará la justicia terrenal, ante la inoperancia de los altos representantes de la divina.